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Miren las caras (y las manos) de estos angelitos. Es el año 1987 y el escenario es el claustro de la Casona de San Marcos, momentos previos a la ceremonia de graduación de los integrantes de la Base 80.
A la izquierda, Leandro Espinoza; Leo, para los amigos. O algo ha llamado su atención hacia su derecha (tal vez las curvas de una desprevenida cachimba), o está ensayando su carita de inocente. Le sigue Walter Carrillo. Miren sus manos, trama la próxima diablura. Al centro, el más angelical de todos. Ojitos entrecerrados, de esos que no matan, ni matarán nunca una mosca: Carlos Felice.
Continuando con la bandada de palomas, Jorgito Corcuera hace su aparición. Su sonrisita de ficción nos devela más bien una operación encubierta. Algo está haciendo con su mano izquierda porque Lucho Chunga (miren su expresión, los ojos fuera de órbita), ha sentido el rigor. La réplica no tarda en llegar. Obsérvese, abajo, la mano derecha de Lucho. Está convencido que el responsable de la afrenta es el seráfico niño Felice.
Al final de la fila, Juan Hilma luciendo mostachos de cantante de rancheras parece decir: “A mi, que me rebusquen”.
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