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La historia
Sucedió hace muchos años. Fue un día memorable. Hasta ahora resuena el bullicio de nuestra barra estallando en ovaciones y vítores en el gimnasio de San Marcos al finalizar el partido. Hasta hoy se yergue la estampa de una jovencísima Delia como la figura de una épica justa deportiva. Recordar le hace bien al corazón y al espíritu. Entonces, recordemos.
La base 79 de la Escuela de Comunicación Social organizó en 1980 un certamen de fulbito femenino. La noticia llegó a nuestros oídos e inmediatamente las compañeras procedieron a seleccionar el plantel que llevaría las banderas de la base. Nosotros habíamos visto jugar a los muchachos y, a esas alturas del año, ya sabíamos quienes eran los buenos, los malos y hasta los feos. Pero nadie tenía alguna idea acerca de las bondades de las mujeres del salón en este deporte. Ellas tendrían la palabra. Bueno, ellas y ellos, porque los hombres lograron colocar un representante en el equipo. Su nombre: Carlos Felice. Cargo: entrenador, pero por la cara y los ojos de picarón, más parecía masajista.
Bajo los tres palos fue ubicada Lucero Legonía, vivaz, sonrisa a flor de piel, aunque se entreveía bajita para el puesto. Gladys Ochoa, Luz Terrones y Mónica Vecco, férreas ellas, ocuparon su lugar en el bloque defensivo. De media punta o enlace Delia Reyes, chiquita pero habilidosa, y como única atacante Hilda Suárez. Su especialidad era hacer goles, es decir, estar allí donde las papas queman.
El plato de fondo fue protagonizado por los cuadros de la base 79 y la base 80. Era la tarde de un tímido invierno. Las alineaciones salieron al ruedo. Suscitaba una sensación de extrañeza ver a las chicas en buzos y shorts, calentando, haciendo fintas tras la pelota, tocándola. A la hora fijada, empezó el encuentro. Voces de aliento desde el graderío. Tensión.
Desde un comienzo se supo que el juego sería equilibrado. Nadie regalaría nada. El gol de un elenco era acallado, casi en el acto, por el gol del contrincante. Felizmente, teníamos a Hilda. Nuestra goleadora (metió dos pepas aquella vez) poseía el don de la ubicuidad y el oportunismo.
Ya en pleno lance, Gladys bajaba y subía por su banda como producto de una disposición táctica del masajista, perdón, del entrenador. Su juego era el de una puntera mentirosa (muy de moda en esos tiempos). La agrandada Lucerito se arrojaba con valentía a los pies de las contrarias sofocando situaciones de riesgo y las zagueras mostraban las piernas fuertes (nos referimos al temple) cuando era necesario.
Pero las del 79 también tenían lo suyo y habían conseguido emparejar el marcador a dos tantos por lado.
Solo faltaban unos segundos para finalizar el partido cuando de pronto apareció Delia y su varita mágica. Pidió la redonda a Lucero y desde su área eludió a cuanto rival se le puso enfrente. Ella sola contra el resto. Las jugadoras del 79 iban cayendo como palitroques, irresolutas, anonadadas. Una, dos, pique, tres, cuatro, gambeta, cinco. Se había deshecho de todo el equipo. La tribuna boquiabierta, los ojos incrustados en el rectángulo, un nudo en la garganta. Salió la portera, quiebre, y, casi cayéndose, empujó el esférico dentro del arco. ¡Gol!, ¡goool!, ¡goooool!, rugió la hinchada. Para no creerlo. Allí nomás, el pitazo final y los rostros gozosos, brazos extendidos, cantos y hurras de los parciales de la base 80, descendiendo como una oleada al escenario principal y aclamando el gran triunfo de nuestras muchachas.
Dice la leyenda que alguien le envió el video a un tal Diego Armando, para que aprenda.
4 comentarios:
He disfrutado mucho, leyendo el blog. Realmente felicito al redactor, porque le ha puesto mucha salsa y simpatía , sobre todo al relato del partido.Saludos cariñosos para todos.
Carmen A.
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